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Trajes

Leo, con cierto asombro, que el Sr. Camps ha visitado a La Macarena para darle las gracias por su reciente absolución. Uno se pregunta, desde el agnosticismo, un par de cuestiones sobre esta “noticia”.

A saber:

¿Considera el Sr. Camps que su absolución ha sido de naturaleza milagrosa?

Si es así, el Sr. Camps nos está anunciando implícitamente que es culpable, puesto que atribuye a un milagro su absolución. No debía confiar en que los métodos terrenales le pudieran sacar de esta y por eso acude a agradecérselo a los divinos.

La otra duda que me asalta es:

Si el Sr Camps hubiera sido declarado culpable ¿Hubiera ido a echarle las culpas a La Macarena?

Opinemos sobre esta ucronía:

Es sabido que santos y vírgenes solo pueden interceder positivamente ante nosotros, por lo que no considero probable que el Sr. Camps hubiera ido a encararse con malas maneras ante la virgen.  Para ir a echar culpas de las desgracias ya tenemos al diablo, pero tampoco veo al Sr. Camps visitándole, porque como todo el mundo sabe, el diablo viste de Prada, y hay comparaciones que ni el Sr. Camps resistiría.

Echo de menos los tiempos en que estas cosas se celebraban en tugurios en blanco y negro, con el bourbon, el jazz y el humo como testigos.

Como hemos cambiado.

Cambalache

En 1935, Enrique Santos Discépolo calificó al Siglo XX de Cambalache. No le faltaba razón al bueno de “Discepolín” cuando escribió este tango inolvidable:

Que el mundo fue y será una porquería, ya lo sé.

En el quinientos seis y en el dos mil, también.

Que siempre ha habido chorros,maquiavelos y estafaos,

contentos y amargaos,barones y dublés.

Pero que el siglo veinte es un despliegue de maldá insolente,

ya no hay quien lo niegue.

Vivimos revolcaos en un merengue y en el mismo lodo

todos manoseados.

Supongo que si a don Enrique le hubiera tocado vivir en estos comienzos del siglo XXI, habría tenido que incrementar el número y la calidad de los epítetos que aparecen en su tango, incluso puede que el propio tango fuera bautizado de forma diferente. No sé.

Lo cierto es que nos encontramos personajes en este XXI, de un patetismo inusitado, gentes que inopinadamente se creen inmunes a la acción de la justicia, como si no fuera con ellos, como si ser yernos de quien son, fuera su patente de corso para poder robar a un pueblo al que en mayor o menor medida representan. Un pensamiento tan medieval como el derecho de pernada, o por así decirlo, un derecho de pernada moderno. Este seguro que no se le escaparía a Discépolo.

Si uno vive en la impostura

y otro roba en su ambición,

da lo mismo que sea cura,

colchonero, Rey de Bastos,

caradura o polizón.

Abandonar la nave siempre ha sido una metáfora a lo largo de mi vida. He visto a mucha gente abandonar  naves: salir de proyectos, renegar de amistades, fallar en el peor momento, incluso puede que yo haya abandonado alguna nave. Pero siempre como metáfora. Hasta ahora.

Un tal Francesco, quizás  después de trasegar una respetable cantidad de tinto, nos ha enseñado de donde proviene tal metáfora.

Francesco Schettino, o la transubstanciación de la metáfora. Sin ritos, sin ceremonias.

La metáfora hecha carne en su persona, y el vino hecho sangre en sus víctimas.

Y por encima de todo, la cobardía.

¡Dale, nomás…!

¡Dale, que va…!

¡Que allá en el Horno

nos vamo’a encontrar…!

Quiero dedicarle esta humilde entrada a Francisco Navarro, @gasolinero, que se que le gustan los tangos.

Habitación de geometría variable

Deambulando por el pasillo, le sorprendió un tenue y acompasado sonido que provenía de una puerta que se hallaba a su izquierda. La abrió con discreción, entró en la habitación, dio tres o cuatro pasos y notó como la puerta se cerraba a sus espaldas. La habitación era enorme, desproporcionada a juzgar por la estrechez del pasillo por el que hacía muy poco paseaba. Tenía una gran mesa central, lujosa pero sucia, distinguida pero abandonada desde, por lo que parecía, hacía mucho tiempo. Quedaban restos de comida cubiertos por una fina capa de moho, copas medio llenas y un ejército de cubiertos desparramados a su antojo, despojados de la geometría que exige el protocolo. Las paredes estaban cubiertas por cuadros y tapices que, a juzgar por su aspecto, habían vivido tiempos de mayor esplendor. Incluso algunos cuadros estaban rasgados, cosa que le recordó a esos orates que de vez en cuando había visto en las noticias por haber atentado contra un lienzo en el Louvre o el Hermitage. El suelo estaba cubierto por un material que no supo identificar y que amortiguaba cada uno de sus pasos, quizás solo fuera mugre. A pesar de haber poca luz, quiso tener una visión general de la habitación, y se desplazó hasta una de sus esquinas. Desde allí la habitación parecía aún más grande, y el desorden y la podredumbre, más evidente. Sin embargo vio cierta poesía en el conjunto, lo que le produjo satisfacción como observador, satisfacción que se esfumó cuando quiso adivinar la métrica y el significado de la poesía, ya que la poesía nacida del caos, carece de ambas cosas.

Observó que la luz provenía de lo que parecía ser una ventana y que, desde dónde se encontraba, solo alcanzaba a adivinar, por lo que se dirigió hacia el punto de luz con un paso extrañamente decidido. Debido al tamaño de la habitación, paró de caminar un momento y cerró los ojos, entonces fue cuando volvió a oír el tenue y acompasado sonido que le había llevado hasta allí. Su instinto curioso le llevó a preguntarse por qué no había vuelto a oír el sonido mientras inspeccionaba la habitación. La primera conclusión que sacó es que en la habitación no le estaba permitido hacer uso de la vista y el oído simultáneamente. Esta teoría la desechó inmediatamente. Siempre había sido un hombre de ciencia y desechaba de pleno semejantes prodigios, pero lo había pensado. La segunda opción le pareció más plausible, debido a la lejanía de la que provenía el sonido, sus propios pasos le impedían oírlo. Quedó satisfecho con esta teoría y siguió caminando hacia la luz.

A medida que se iba acercando a la ventana, la sensación de frío era mayor, hasta que se volvió casi insoportable. Solo se detuvo cuando estuvo tan cerca de ella que pudo ver que estaba abierta y que un viento helado, azul, vítreo entraba sin compadecerse de nada ni de nadie. Quiso acercarse a los ventanales para cerrarlos, pero le resultó imposible, estos se movían a merced del viento azul, pero solo a merced del viento azul. Ocupaban el espacio que les marcaba el viento azul, y nada podía interponerse en esa conjunción cósmica que así los había unido para siempre. Desistió de su empeño y pensó que por esa ventana podía salir cualquiera, pero entrar, solo podía entrar el viento azul.

Cuando no pudo soportar el frío por más tiempo, volvió sobre sus pasos. Intento oír el ruido producido por su caminar, principalmente para justificar que no podía oír el ruido tenue y acompasado, sin embargo, no oyó nada, solo lo pudo oír cuando, un instante más tarde, cerró los ojos, lo cual le produjo un notable sobresalto.

Volvió a la mesa, y observó que poco a poco todo el orden parecía restablecerse muy lentamente, al ritmo que marcaba el sonido tenue y acompasado, pero sin llegar a la perfección. Las copas estaban limpias, pero no guardaban un orden lógico, los cubiertos estaban correctamente dispuestos, pero sin llegar a la exactitud de un desfile militar en honor a un dictador enano de ojos rasgados. Los cuadros ya no estaban seccionados, pero observó que no estaban alineados por una geometría posible, y todos estos prodigios, se producían al ritmo que marcaba el sonido tenue y acompasado.

Volvió a mirar hacia la ventana y se pregunto quién había salido por ella, quién había provocado que la habitación tuviera síndrome de Diógenes.

En aquel momento supo que siempre tendría que vivir con una geometría variable, supo que nada volvería a ser perfecto, pero se consoló pensando que el olvido es rectilíneo, y que siempre iba acompañado por el sonido tenue y acompasado, que no cesaba de sonar, aunque él no lo oyera, aunque cientos, o miles de insectos alados le quisieran impedir oírlo, el sabía que seguía sonando, y con el olvido de fiel compañero de viaje. Supo que los cristales del viento azul se le seguirían clavando en los huesos, pero también supo que cada día le dolerían menos.

Despertó a una hora indeterminada y se acordó de ella como tantos otros días. La vio saliendo por la ventana, y vio como le golpeaba el viento azul en la cara. Vio como se daba la vuelta y observaba como se desmoronaba la habitación, pero aun así salió.

Cerró los ojos y escuchó a su corazón, un sonido tenue y acompasado, y por una razón que ni un telépata araucano hubiera podido discernir, le vino a la cabeza Since I don’t have you.

Indeleble

Uno de los días que recuerdo con más claridad de las ya lejanas clases de E.G.B. ,es en el que nos permitieron “pasar a boli”.

Hasta entonces, tanto los ejercicios de matemáticas, como las interminables libretas caligráficas, las rellenábamos con unos lápices cilíndricos de color marrón.

Además de los lápices, disponíamos de otros dos elementos auxiliares pero de suma importancia, a saber: la goma de borrar y el sacapuntas o sacaminas.

Las gomas de borrar solían ser blancas, cuadradas y con un característico olor que se quedó incrustado para siempre en lo más recóndito de mi cerebro. Casi todas llevaban impresa la palabra “MILAN”. Más tarde descubrí que era la marca.

Los sacapuntas daban más información sobre sus usuarios. Los había de plástico, unos con forma de prisma triangular y otros cúbica, con una entrada para el lápiz, también los había metálicos con una entrada y con dos entradas, una para lápices normales y otra para otros más gruesos que, en realidad, nunca ví. Llegué a establecer una conexión entre la calidad de los sacapuntas y los posibles de cada uno porque cuanto mejor era el sacapuntas del niño, más grande era el coche con el que venía a buscarle el padre.

Todo esto acabó el día en que nos dijeron: “Mañana traed bolígrafos azules”

La principal novedad era que lo escrito con bolígrafo no se podía borrar. Aterrador.

Lo que escribiera con bolígrafo iba a quedar para siempre, y eso me obligaba a pensar muy bien lo que iba a escribir y como iba a hacerlo. Por primera vez en mi vida, pensaba seriamente en las consecuencias de algo.

Percibí que todos tardábamos más en rellenar nuestros ejercicios, seguramente porque pensábamos más en la consecuencia, que en el propio acto.

Cuando salíamos al recreo y nos juntábamos con niños de cursos inferiores, nos mostrábamos muy ufanos porque “ya nos habían pasado a boli”. Nos vanagloriábamos de ser “mayores”, sin saber, en nuestra inocencia, que habíamos dado un paso fatídico del que ya no habría marcha atrás.

Me hubiera gustado poder vivir escribiendo siempre con lápiz, aunque hubiera tenido que cargar con una goma “MILAN” y con un sacapuntas.

Por cierto, el mío era de plástico.

Sahara

Todas las puertas cerradas

Solo puertas de salida

Siempre abiertas las heridas

Con mil sables ultrajadas

Ruido de voces ahogadas

Que tras muros se hacen fuertes

Pronosticando las muertes

De los que algún día sintieron

De los que algún día lloraron

El abandono a su suerte.

 

Felicidades amigo

Hace más o menos un año y medio, creé una cuenta en  twitter. Comencé a intercambiar opiniones y comentarios con bastante gente. Empezó a resultar divertido, sobre todo porque tengo la suerte de seguir a personas extraordinarias de la que he aprendido un montón de cosas.

Hoy cumple años mi más admirado twittero. (se me hace pequeño el adjetivo).  El te respetará, el te cuidará, el llevará una conversación hasta las últimas consecuencias. El nunca abandonará la sensatez y el respeto, el estará a la altura.

Lo mismo vendimia que escribe sobre Oklahoma, lo mismo varea olivas que te explica unas pantagruélicas oposiciones a una caja de ahorros de Cuenca.

Muchas felicidades Gaso, y muchas gracias por mandarme a menudo a la Wiki y por enseñarme la dificultad de ser japonés.

Un abrazo compañero.

Pdta: Espero que me sigas mandando a la Wiki mucho tiempo…

Subi

 

2010

Apenas te quedan unas horas de vida. Nunca es agradable anunciar una muerte, pero tú, desde el día que naciste, sabías exactamente que día morirías, incluso el instante preciso en que dejarías de existir para no volver jamás. Me pregunto qué pasaría si los humanos fuéramos de tu misma naturaleza: etérea, rectilínea, finita y certera. Es posible que perdiéramos todo nuestro tiempo, tu propia esencia, en pensar cómo pasará, como será ese último y fatídico final. Creo que no viviríamos. Sería un tormento tener despejada la incógnita de tan larga e infame ecuación. Mejor que no lo sepamos. Por eso te compadezco, por eso y porque te mueres.

Pero debes saber que tu muerte es necesaria. Debes morir para que llegue otro de tu estirpe a traernos, con su renovado aliento, nuevas ilusiones, que es (no te engañes), algo de lo que vivimos estos miserables que hemos transitado por tus entrañas. Gracias por tan alto sacrificio y gracias sobre todo por habernos creado recuerdos, que son (no te engañes) los que nos alimentan el alma.

 

La tarde de Reyes, Ramón salió a pasear por las calles de
su ciudad. La temperatura era bajísima y Ramón iba dentro de un
viejo chaquetón
de pana. Llevaba las manos en los bolsillos, con
una de ellas iba sobando los escasos billetes que había podido
reunir para comprarle un regalo a su hijo Daniel. Daniel aún no
tenía edad para ver las dificultades por las que atravesaba su
familia. Dos noches antes, Daniel, durante la cena, les había
comentado a sus padres, que en su clase todos los niños tenían una
PlayStation 3, y que ese, y solo ese, era el regalo que quería que
le trajeran los Reyes Magos. Daniel creía en los Reyes
Magos.
A Berta, su madre, se le escapó una lágrima
mirando fijamente a Ramón, la lágrima cayó hasta media mejilla,
momento en que Berta, con un movimiento elegante, casi coqueto, se
la apartó de la cara para que Daniel no se percatara. A Ramón en
cambio, se le encendió la mirada, de tal manera que se podían ver
reflejadas en ella todas las desventuras de su existencia.
Claro, hijo, los Reyes harán lo que puedan
Daniel se fue a dormir, no muy convencido por la respuesta a su
demanda. Quizás pensó que no había sido buena idea decirles a sus
padres lo que le pensaba pedir a los Reyes y concluyó que en un
futuro, nunca más se lo diría. Escribiría su carta en secreto. Ese
sería su gran plan para el próximo día de Reyes. Y en esas andaba
Ramón, escasos 100 € en el bolsillo, y un difícil cometido. Entró
en unos grandes almacenes y confirmó lo que temía. No tenía
suficiente dinero para el regalo de Daniel. Cuando se disponía a
salir, y sintiéndose más pobre que nunca, vio un cartel que rezaba:
“Se necesita figurante para Rey Mago”. Ramón le preguntó al
encargado cuánto cobraría por aceptar el puesto. Suficiente, era
suficiente para comprarle el regalo a Daniel. Ramón se enfundó un
traje de terciopelo rojo, ribeteado con detalles dorados, unos
zapatos de charol con una enorme hebilla cuadrada, una preciosa
corona de cartón y una barba blanca. Le tuvieron que ayudar a
subirse al trono, ya que con el relleno que le habían colocado, el
mero hecho de caminar le resultaba harto dificultoso. Ramón
se había convertido en Melchor. Cuando llevaba un rato haciéndose
fotos con los niños y recogiendo sus cartas, aparecieron Berta y
Daniel. Daniel llevaba su carta a los Reyes en la mano derecha, la
izquierda, en el bolsillo por el intenso frío. Cuando llegó su
turno, Melchor le dijo: -Si adivino tu nombre y lo que nos pides en
tu carta, ¿Creerás en la magia? Daniel se apresuró a asentir, con
los ojos como platos por la emoción. -Te llamas Daniel y quieres
una PlayStation 3 – Le dijo Melchor Berta miró a los ojos a Melchor
y volvió a derramar una lágrima. Esta vez no se la apartó. Estaba
orgullosa de esa lágrima. Daniel confirmó las palabras de Melchor
casi temblando de la emoción. Daniel creyó más que nunca
en los reyes Magos
El día de Reyes por la mañana, Daniel
se apresuró a salir al salón para ver si le habían traído su
regalo. Ahí estaba su PlayStation 3 Papá, mamá, mirad, al
final me la han traído !!
Berta y Ramón se levantaron
para disfrutar juntos de la alegría de Daniel. Ramón esbozó una
sonrisa, pero en sus ojos había una mezcla de tristeza y ternura. A
Berta se le escapó una tercera lágrima, pero se prometió que sería
la última. Estaba rodeada de gente maravillosa. Papá
¿Sabes que te pareces un poco al rey Melchor?


Fábrica

Espuma de mar, agobio

Amanecer, carajillo, industria.

Puede que no lo vivas

Pero existe

Muerte lenta, golpe cierto

Sudor frio en la fábrica

La luna de testigo, no de postal

Autobús de toses

Todo al alba

Cinco de la mañana.

Trabaja más

Cobra menos

Sinvergüenza